Luca Signorelli. ( c. 1441/1445 – 16 October 1523)
En la capilla de los Accolti, en la iglesia de San Francesco, hizo para Messer Francesco, doctor en leyes, su retrato y los de algunos miembros de su familia. En esta obra hay un admirable San Miguel pesando almas, que muestra la capacidad de Luca, por el brillo de las armas, los reflejos y toda la pintura en general. San Miguel sostiene una balanza en cuyos platillos oscilan desnudos hermosamente escorzados. Entre otras cosas hay una figura desnuda ingeniosamente transformada en un demonio, mientras un lagarto lame la sangre que fluye de su herida.
En la Madonna, iglesia principal de Orvieto, terminó la capilla comenzada por Fra Giovanni da Fiesole, representando todas las escenas del fin del mundo con curiosa y fantástica imaginación: ángeles, demonios, ruinas, terremotos, incendios, milagros del Anticristo, muchas otras cosas por el estilo y, además, desnudos, escorzos y un sinnúmero de hermosas figuras, en cuyos rostros se pinta el terror de ese postrer y tremendo día. De esta suerte abrió el camino para sus sucesores, quienes encontraron salvadas las dificultades que presenta esta manera. Por ello no me extraña que los trabajos de Luca fueran siempre altamente alabados por Miguel Ángel, quien, para su divino Juicio Final de la Capilla, se inspiró en parte en la obra de Luca, en cosas tales como ángeles, demonios y la disposición de los cielos, y otros detalles en los cuales, como todos pueden ver, siguió los pasos del pintor de Cortona.
Vasari en su libro «Vidas» nos comenta que «Luca introdujo muchos retratos de amigos, incluso el suyo y los de Niccoló, Paolo y Vittelozzo Vitelli, Giovan Paolo y Orazio Baglioni, y otros cuyos nombres no conozco. En la sacristría de Santa María de Loreto pintó el fresco a los cuatro Evangelistas, los cuatro Doctores y otros santos, que son muy hermosos, por lo cual fue generosamente recompensado por el Papa Sixto. Se cuenta que un hijo suyo, de rostro y figura sumamente hermosos, a quien amaba mucho, fue asesinado en Cortona; y Luca, con extraordinaria fortaleza, sin derramar una lágrima, lo desnudó y dibujó para poder contemplar siempre en esta obra de sus manos lo que la Naturaleza le había otorgado y la Fortuna enemiga le arrebataba. Llamado por el Papa Sixto para trabajar con otros pintores en la capilla del palacio, hizo dos escenas que se consideran entre las mejores, una de las cuales representa a Moisés entregando su testamento a los hebreos después de haber visto la Tierra de Promisión; la otra muestra su muerte. Finalmente, después de trabajar para casi todos los príncipes de Italia, anciano ya, regresó a Cortona, donde pasó sus últimos años trabajando más por placer que por cualquier cosa, como si no pudiera permanecer ocioso después de haber consumido su vida en el trabajo. En esta época pintó una tabla para las monjas de Santa Margherita de Arezzo, y otra para el oratorio de San Giorlamo, parte de la cual fue pagada por Messer Niccoló Gamurrini, doctor en leyes y auditor de la Rota, que está retratado de rodillas ante la Virgen, a quien lo presenta San Nicolás. También están representados San Donato y San Esteban y, más abajo, San Jerónimo desnudo y David cantando con un salterio. Asimismo, hay dos profetas que, a juzgar por los pergaminos que tienen en sus manos, discuten acerca de la Concepción. Esta obra fue trasladada a hombro por los miembros de esa Compañía desde Cortona hasta Arezzo, y Luca, aunque anciano, quiso asistir a la colocación de la misma. Durante su estancia en la ciudad, deseó volver a visitar a sus parientes y amigos. Se hospedó en la casa de los Vasari, siendo yo un niño de ocho años, y recuerdo al bondadoso anciano, tan gracioso y fino, que cuando oyó decir al maestro que me enseñaba las primeras letras que yo, en la escuela, sólo me ocupaba en dibujar figuras, se volvió hacia mi padre diciéndole: «Antonio, si no quieres que Giorgino se convierta en un inútil, hazle estudiar dibujo; pues aunque estudie las letras, el dibujo sólo puede serle útil y darle honor y placer, como a todos los hombres de bien». Luego, dirigiéndose a mí, dijo: «Estudia, pequeño pariente». Habló de muchas otras cosas, que no repetiré, pues sé que no he realizado, ni remotamente, las esperanzas que el buen viejo puso en mí. Al saber Luca que yo sufría de fuertes hemorragias nasales, las cuales a menudo me producían desvanecimientos, me puso con mucha ternura un amuleto en el cuello. Eternamente me quedará grabado este recuerdo de Luca. Una vez colocada la pintura, Luca regresó a Cortona, acompañado en gran parte del camino por ciudadanos, amigos y parientes, como lo merecía su gran talento, pues siempre vivió más bien como un gran señor y caballero respetado que como un pintor. En esta época, Benedetto Caporali, pintor de Perusa, había construido un palacio para Silvio Passerini, cardenal de Cortona, a media milla de la ciudad. Como Benedetto era aficionado a la arquitectura, había escrito anteriormente un comentario sobre Vitruvio. El cardenal deseaba que se decorara todo el palacio, y Benedetto comenzó a trabajar con la ayuda de Maso Papacello de Cortona, su discípulo (que tambíen había estudiado bajo la dirección de Giulio Romano, como se dirá) y de Tommaso, y otros alumnos y garzones y pintó casi todo el fresco. Pero el cardenal deseaba tener alguna pintura de Luca, quien, viejo y paralítico como estaba, pintó al fresco la pared del altar en la capilla del palacio, donde representó a San Juan bautizando al Salvador. No pudo terminarlo, pues murió cuando aún estaba trabajando en él, a la edad de ochenta y ocho años. Luca era un hombre de excelentísimo carácter, sincero y cordial con sus amigos, gentil y agradable en la conversación, cortés con quienes necesitaban sus servicios y buen maestro para sus discípulos. Vivió magníficamente y le gustaba vestir bien. Pondré fin a esta segunda parte de las Vidas con la muerte de Luca, que ocurrió en el año 1521, pues es el hombre que, por su conocimiento del dibujo, y especialmente de los desnudos, por la gracia de su ingenio y la composición de sus pinturas, preparó el camino para la perfección final del arte, seguido por la mayoría de los artistas de quienes trataremos ahora y que hicieron culminar el arte».
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