El estigma con que sellaron la obra del artista cordobés no ha sido obstáculo para que haya despertado la atención del público y de la crítica muy vivamente en uno de los Salones de París.
Sin duda, la moral aplicada al arte en cuadros como el de Romero es prenda al uso solamente en países de cogull y monacales.
Romero de Torres lleva a sus cuadros, pintados muchos de ellos en dificilísima contraluz, el espíritu melancólico y sensual de las bellezas andaluzas. Los tonos bronceados, la mirada centelleante y las perfecciones de la línea quedan admirablemente sorprendidos por la paleta jugosa y el vigor del dibujo cuando Romero lleva a sus lienzos el retrato de las hermosas sultanas, cuya genealogía podría encontrarse entre los guerreros que acompañaron a Almanzor.
Romero de Torres trabaja y vive bien en la ciudad de la Mezquita.
Cuando reúne unas pesetas, desaparece de la tierra andaluza misteriosamente, y pasadas unas semanas de él se sabe que está escudriñando en British-Museum ó en éxtasis ante la Ronda de noche, que Amsterdam conserva como joya de inestimable valor.
De sus opiniones respecto del Arte, más de lo que yo pudiera dice él en la carta que dirige, y en la que el lector verá cómo se explica.
S.-A. El Heraldo de Madrid. 23/07/1907.
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